El artículo de Wired de hace casi diez años The Future Ruins of the Nuclear Age cuenta la curiosa historia del físico Anatoli Bugorski, quien a finales de los 70 fue atravesado por el haz de partículas de un acelerador lineal.
El joven investigador Bugorski trabajaba en el Instituto de Físicas de Alta Energía en Protvino, cerca de Moscú. Una mañana de junio de 1978 mientras comprobaba un componente del acelerador de partículas fallaron los mecanismos de seguridad y el cañón de partículas se puso en marcha. Accidentalmente un haz de protones atravesó su cabeza de lado a lado a una velocidad cercana a la de la luz. Según él mismo dijo no sintió ningún dolor, únicamente vió “un brillo más cegador que mil soles”. La dosis de radiación absorbida del haz de protones era de 200.000 rads (2.000 grays) en el momento de la emisión y de 300.000 rads (3.000 Grays) tras atravesar el cráneo de Bugorski. Se considera que dosis de 500 a 600 rads (de 5 a 6 grays) son suficientes para matar a una persona.
Tras el accidente Bugorski fue llevado a un hospital de Moscú de modo que los doctores pudiesen “obervar su inevitable muerte”, que debía ocurrir en las siguientes dos o tres semanas. Según transcurrían los días la piel en la parte posterior de la cabeza y parte izquierda de la cara de Bugorski comenzó a caerse, dejando ver la trayectoría del rayo que había quemado la piel, el cráneo y el tejido cerebral. Y aún continuaban produciéndose daños: en dos años todos los nervios de la parte izquierda de la cara habían desaparecido paralizando ese lado de su cara.
Bugorski no murió en aquel accidente. De hecho siguió haciendo una vida prácticamente normal y continuó trabajando como investigador. Durante los siguientes años después del accidente fueron habituales pequeños ataques de epilepsia y más esporádicamente crisis más graves de espamos y pérdida de consciencia.
El antes y el después de aquel día es visible en su cara como una línea que la divide por la mitad: la parte derecha revela su edad actual, mientras que la parte izquierda quedó paralizada y congelada en el tiempo hace 19 años [casi treinta ahora]. Sin envejecer.
Debido al secretismo con el que se tratan este tipo de accidentes en aquel país (especialmente entonces, cuando aún era la Unión Soviética) el caso de Anatoli Bugorski no se hizo público hasta muchos años después. Durante todo ese tiempo fue examinado dos veces al año en una clínica especializada en radiación junto con otras víctimas de otros lamentables accidentes nucleares. Finalmente solicitó la baja por incapacidad a mediados de los años 90.
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